Reproducimos a continuación esta preciosa reflexión de Juan Pasquau como llamada de atención sobre la necesidad de devolver a nuestros espacios monumentales toda la grandeza e intimidad que una alocada iluminación les ha sustraído.
¿Cuánto tardó en civilizarse la noche? Ella era una oscura, fatal, irremediable fuerza cósmica. Su presencia, su vigencia, implicaba la ausencia de cualquier viviente realidad, era la noche absoluta y despótica, ciega e indomenable. Y las estrellas, brillando en su negrura, contribuían a resaltar su inhóspita grandeza, su avasallador dominio. ¿Quién organizó la primera batalla, quién se atrevió a colonizarla? Desde el invento del fuego—pedernal contra el eslabón— hasta ahora, la Civilización es, en cierto modo, la historia de esta guerra del hombre contra la noche. Ya la noche, pudiera decirse que es «pagana», que ha quedado relegada, como la religión del Imperio, a los campos, a los «pagus». La ciudad, la gran ciudad sobre todo, la ha transformado, la colonizó, la utiliza para sus más animados y exhibitorios ensayos. Apenas el día sirve en la ciudad ahora para trabajar; la noche en cambio, desprovista de su hirsuta pelambre cósmica, maquillada de neón, es el escenario, el fondo propicio de cualquier refinamiento urbano.
Pero si en la gran ciudad ultraluminosa la noche se ha puesto a servir, derrotada y maltrecha, ¡qué aristocratismo el de la noche en los rincones penumbrosos de estas nuestras ciudades artísticas, monumentales! Porque en tales reductos de la pequeña ciudad, la noche que sufre servidumbre en las grandes concentraciones urbanas, recobra su poder. No un poder despótico y absoluto como el de la inclemente noche cósmica, sino un prestigio velado, secreto, insinuantemente poético. Aquí los faroles del alumbrado no eclipsan a la noche, sino que la realzan como a gran señora. Aquí la luz no coloniza a la noche, sino que, entre la noche y la luz, se establece una colaboración. Nocturnos de la poesía, nocturnos de la música, nocturnos del arte para las más sutiles matizaciones espirituales. La noche, ni vencedora ni vencida; ¡la noche, genuinamente civilizada!
Juan Pasquau
(En Revista Vbeda, año 5, nº 52, pg. 22)
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