martes, julio 08, 2008

EL ANGEL DE LENTEJUELAS AZUL

Conforme íbamos entrando tu nos recibías en la puerta, dulcemente sonriendo.
Pensé entonces cuánto vale esa sonrisa, dónde estarás mañana, en qué pueblo arriesgarás tu vida haciendo equilibrios en el alambre... y me invadió una inmensa tristeza.
Estaba la carpa a las afueras de la ciudad, en las eras que fueron de la trilla. Como era invierno había anochecido pronto y se veían las luces del circo aisladas y solitarias, casi en la lejanía, rodeadas de una fría oscuridad, a pesar de que alguien se empeñara en poner música alegre y luces de colores entorno al recinto.
Sin embargo, tu rostro lo iluminaba todo, la oscuridad del atardecer y los corazones.
Al verte en todo lo alto haciendo piruetas sobre el trapecio con la mayor delicadeza, comprendí que eras un ángel del cielo, huido de la posición estática en que Miguel Ángel te dejó eternamente plasmado en la cúpula de la Capilla Sixtina, y que, de pronto, habías recobrado vida y movimiento para iluminar las noches de los corazones afligidos y de todos los niños que nada saben en qué lóbrego lugar amanecerás mañana.
Insistentemente te busqué a la salida; allí estabas con tu traje de lentejuelas azul brillando como una estrella en la noche oscura.
Me sonreíste nuevamente y yo, con resignación, solamente pude decirte adiós, sin poder siguiera preguntar tu nombre, sin saber de dónde venías, a dónde ibas...
A la vez que me iba alejando, no podía olvidar tu dulce sonrisa, una rosa en la noche, un sueño que se evapora en el amanecer de cada nuevo día, entre las espinas de la vida.
Quién soy yo, pensé; quién soy yo para quitar las alas a las mariposas blancas, si jamás he volado, ni siquiera en sueños.
Vuela alto ángel azul, vuela igual que mi pensamiento, vuela todo lo lejos que quieras, pero siempre cerca de mi, para que no te olvide, para que ilumines todas las tardes grises de los inviernos y lleves la alegría a todos los rincones.
Por eso, siempre que se anuncia un circo voy a visitarlo con la esperanza de que hayas vuelto, para contemplar tu luz y porque no quiero que los circos estén solos, sin niños, sin nadie, mientras cae la tarde de todos los oscuros inviernos, cuando un ángel, sin perder su sonrisa, arriesga su vida en un trapecio.

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