martes, diciembre 23, 2008

SANTA MARÍA

Ante la inminencia del comienzo de las obras de la última fase de la restauración de Santa María y ante los elogiosos comentarios hacia mi persona y hacia mis opiniones sobre los muchos y variados desastres perpetrados contra este querido edificio, me atrevo a copiar las últimas palabras que leí en público sobre tan largo y lamentable proceso. Ocurrió el 13 de diciembre del año 2005 en un acto organizado por la asociación Plaza Vieja. Sirvan estas palabras como recordatorio, como sentido agradecimiento a Manolo Madrid por sus palabras y por su sincera preocupación y como deseo de que aún pueda remediarse algo del daño hecho aunque solo sea en forma de humilde enlucido de unos desnudos muros. En lo demás me temo que ya no hay remedio por muchas elecciones que vengan.

«Convencido estoy de que opinar y tomar posiciones sobre la restauración de Santa María de los Reales Alcázares es una temeridad por muchas razones. Lo es por su complejidad histórica y por los contrastes estéticos de los que es portadora, lo es por la cantidad de opiniones personales que casi todos vamos teniendo, lo es porque es una gran desconocida para todos los ubetenses menores de treinta años después de las dos décadas de ininterrumpido cierre obligatorio, lo es porque ya es algo definitivamente perdido para los muchos que han muerto en este tiempo y lo es, sobre todo, porque creo firmemente que tras tan extenso proceso de restauración y remodelación (aunque mejor sería hablar de profunda reforma, o incluso, de sustancial transformación), cuando finalmente se recupere para la ciudad, los que ya hemos sobrepasado con creces la treintena nos vamos a enfrentar a una realidad tan cambiada y tan nueva como para que no seamos capaces de reconocer el templo que se cerró allá por los años 80, porque de él, o mejor, de aquél, mucho ha cambiado y otro tanto ha desaparecido o se ha perdido.

»Así pues, tras este posicionamiento previo y entrando en materia, he de decir como declaración de principios que de Santa María no me preocupa tanto el largo y penoso cierre que está padeciendo, porque quizá haya sido necesario por la complejidad técnica del proceso y por la conveniencia de distribuir el enorme costo generado en diversos ejercicios económicos, como los graves errores cometidos y el más que discutible, desde mi punto de vista, resultado final. Y es que después de tantos años de seguimiento cercano y atento de la obra, no me queda más remedio que concluir que la historia de la destrucción y posterior reconstrucción (más o menos inventada) de muchos de sus componentes y espacios no es sino el relato de un enorme despropósito, marcado por la absoluta falta de previsión y de cuidado inicial que, como colmo, se manifestó recientemente con el levantamiento del tejado (como ya pasó en 1986) cuando hasta la saciedad se nos había dicho que sólo restaba para la finalización del proyecto lo puramente decorativo: techumbre, suelos, mobiliario, etc., porque, al parecer, no se había previsto en su momento impermeabilizarlo bajo teja.

»Nadie discute hoy, nadie discutió en 1983, la necesidad de las obras, nadie desmiente que cuando se procedió al cierre del templo afloraron la ilusión y el mejor de los deseos para un monumento tan imbricado en la vida y en la historia de la Ciudad, pero que ya había llegado a tal grado de deterioro que se temía lo peor. Lo que era inimaginable es que transcurridos algo más de veinte años no se hubiese consumado la intervención. En mi opinión, la clave explicativa de esta triste circunstancia se asienta en el mayúsculo desatino que supuso encomendar la obra a don Isicio Ruiz Albusac, comisionado por la Junta de Andalucía, que procedió sin más a la destrucción por derribo de las bóvedas y al levantamiento completo del tejado -más, creo, como efecto del desconocimiento y del miedo a un posible derrumbamiento que de un estudio técnico del estado general y de las consecuencias que tan drástica medida podía ocasionar- para, finalmente, después de permanecer el templo varios meses en alberca, asentar con prisas -tantas como para olvidarse de disponer materiales de aislamiento- y sin cálculo de las consecuencias, un nuevo tejado sobre una pesada cubierta de hormigón que en breve tiempo aceleró y agravó los históricos vicios constructivos y la inestabilidad general de la fábrica, con la aparición de grietas en todo el recinto. A partir de este momento, el templo permaneció durante varios años a la espera de un proyecto que paliara el mal hecho y de la finalización de las obras, habiéndose perdido irremediablemente -y no sabemos hasta que punto justificadamente- las bóvedas del siglo XVIII y produciéndose, además, por descuido e incomprensible falta de previsión un profundísimo deterioro en pavimentos, lápidas sepulcrales, reja y otros elementos.

»Cuando en 1990 se encarga de la obra Enrique Venegas Medina sí se realiza un análisis detallado. En un primer momento, se diagnostica una situación de práctica ruina y, en un segundo, las intervenciones deseables por necesarias, que suponían esencialmente cimentar, estabilizar, reforzar, corregir los desplomes, sanear y corregir la recogida de pluviales.

»Sinceramente creo que para la conservación del monumento, el proyecto de Enrique Venegas ha supuesto con todos sus problemas de financiación y de prolongación en el tiempo -que no le son achacables- su salvación para muchos años. Pero, por otra parte, ya que un edificio no sólo es estructura, creo que no es igualmente aceptable en los aspectos no relacionados con lo técnico sino con los valores de ese saber incorporar con elegancia y no con vulgaridad -que comentaba Pasquau- todo lo que su larga historia ha deparado a la Colegial.

»En mi opinión, si Dios no lo remedia y cuando dentro de algunos años más la obra se termine…, nos enfrentaremos a una realidad tan cambiada y novedosa como para percibir que ya nada tiene que ver con la Santa María de 1984. Con la competencia que me pueda dar el haber dedicado años de mi vida al estudio de esta iglesia -estudios que se copiaron como memoria histórica del proyecto del Sr. Venegas sin mi consentimiento y que al fundamentarlo, al menos, legitiman la crítica-, con los conocimientos que pudiera tener sobre la Historia del Arte y, por supuesto, sin admitir la tan necia como esgrimida afirmación de que "sobre gustos no hay nada escrito", quiero decir alto y claro que si bien es cierto que el templo no va a hundirse y que ha pasado el peligro que determinó su cierre, también lo es que hemos perdido irremediablemente muchos de los elementos constitutivos de su herencia cultural, de su rastro arqueológico e histórico y de sus valores artísticos; y todo, tanto por los errores iniciales como por el manifiesto y continuado empecinamiento en despreciar el buen gusto, el sentido común y acertados criterios de restauración en cada una de las fases finales.

»Así, concretando, pienso que la construcción de un artesonado es un error; en primer lugar, por la injustificable carestía de su realización, que vendría a sumarse al incalculable gasto ya acumulado (y que ni siquiera ha servido para dar trabajo a uno de nuestros más jóvenes artesanos); en segundo, porque se está construyendo sobre un espacio que ya no es el mismo que cubrió el existente hasta el siglo XVIII, ya que entonces los blanqueados muros sobre los que descansaba se elevaban sin las ventanas actuales entre dos y tres metros menos de lo que en la actualidad lo hacen; en tercero, porque no deja de ser una invención y, en cuarto, porque hubiera sido deseable disponer unas sencillas bóvedas de cañón para respetar trescientos años de historia y no perder la aportación espacial que supuso en su momento el cambio de una techumbre de alfarje por otra abovedada. En definitiva, porque parece estúpido y falaz intentar devolverle al templo la apariencia medieval que comenzó a perder hace más de cuatrocientos años.

»Con los mismos criterios de extraña "medievalización" y curiosa recreación del gótico-mudéjar de las naves e interior de la iglesia, el señor Venegas ha optado por sacar la piedra y dejar desnudas unas paredes que muy posiblemente nunca se concibieron de tal manera, como vendría a demostrar la mala calidad del aparejo descubierto y el hecho de que hayan tenido que reconstruirse, reinventándose, numerosos lienzos de paramento en los que la piedra ni siquiera aparecía como material de construcción. Por esta decisión, se ha quebrantado profundamente un concepto espacial de luminosa estética y de ricos contrastes, definidos por la feliz convivencia de blancas paredes con la piedra ahora sí labrada de capillas, pilares y arcos y se han eliminado, en definitiva, todas las referencias y ejes visuales que tan claramente marcaban estos elementos pétreos, sustituyéndolas y sustituyéndolos -para el espectador- por una profunda desorientación espacial y por la sensación de estar inmerso más en una cantera que en un espacio arquitectónico de carácter sacro.

»Pero claro, aun cuando esta última decisión se podría corregir de manera sencilla y barata con un simple enfoscado y un humilde enlucido, mucho me temo que no va a ser posible por la tan arraigada como equivocada idea de que hay que descubrir la piedra de todos y cada uno de las edificaciones de nuestra Ciudad, aunque esté utilizada exclusivamente como material constructivo y no decorativo. Así, señores políticos, señores arquitectos y señores vecinos, no se respeta ni la historia ni la estética ni la lógica constructiva porque a lo largo de los siglos todos los paramentos, tanto los de piedra como los de ladrillo, y naturalmente los de adobe o tapial, han sido sometidos a tratamientos externos mediante revocos de diferentes tipos y materiales, con las calidades mejores posibles y con las características propias de cada lugar; porque la piedra como elemento constructivo portante o de cerramiento no es más noble por permanecer a la vista; y porque eliminando los revocos existentes dejamos el edificio desnudo y sin ninguna protección para sus paramentos, ya que, aunque nos de la impresión de que la piedra es un material inalterable, lo cierto es que no está exenta de sufrir las variaciones térmicas, la erosión, la humedad y la acción destructiva propia del hombre.

»Por otro lado, como sorpresa final, se nos presenta una especie de galería de los horrores en cada una de las capillas ya restauradas, con paredes, suelos y zócalos que más recuerdan un horripilante y variopinto muestrario de mármoles de colores y de piedra vizcaína, transmitiendo la sensación de haber sido comprados en el saldo de un negocio de materiales de construcción en quiebra, que el conveniente buen gusto arquitectónico y artístico, que el cuidado y el respeto debidos a un monumento nacional, sin caer en lo chabacano y sin buscar un tan relamido y falso aspecto.

»No obstante, se oyen opiniones de que así el templo ha recuperado la austeridad mudéjar de sus orígenes. Y yo me asombro de lo atrevido, inadecuado, infundado, ignorante y poco riguroso de algunas afirmaciones y me pregunto por qué, ya puestos a recuperar y si todo parece estar permitido, no se ha reconstruido la mezquita o, mejor aún, el templo dedicado a la diosa Diana del que nos informaba Ruiz Prieto. Les aseguro que de haberse hecho así y sumando el trazado viario del siglo XIV, que según la afirmación de la Oficina Municipal de Urbanismo y la cualificada opinión del concejal responsable de la misma, se ha rescatado en la plaza de San Lorenzo, a través de la delatora presencia de unas franjas de enchinado granadino de "primera calidad", hubiésemos conseguido, en primer lugar, que el justificador de cualquier tipo de acciones y todopoderoso turismo no sólo viniese a Úbeda a "disfrutar" de una vulgar ciudad renacentista, sino de otra medieval con una preciosa guinda en forma de templo romano y, en segundo y no por ello menos importante, se habrían ampliado hasta el infinito las posibilidades de rodar películas de prácticamente todas las épocas históricas y de todos los géneros cinematográficos, salvo del Oeste.

»En fin, muy mucho me temo, volviendo al tema principal y parafraseando al historiador y crítico clásico de cuyo nombre no puedo acordarme, que en Santa María se ha cumplido plenamente su irónica pero certera máxima de que la mejor forma de destruir un edificio es restaurarlo.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario