Quedaba el abrazo. Me hubiera gustado encontrarte siempre en el mismo sitio, volver sobre mis pasos; pero se hacía imposible. Dejar pendiente cada día algo que necesitamos dar, dejar olvidado el cariño, abandonar los lazos que nos podrían unir…
Quedaba el abrazo. Y mientras pasaba el olvido, más se iba pudriendo el fino hilo que nos unía. Un día más, un momento más y todo se hubiera hecho indiferencia.
Pero estabas ahí, casi de repente, bajando las escaleras, frente a mí, como cuando aparece una ráfaga de viento al cruzar la esquina.
Sin pensarlo, corrí hacia ti; juntos, sin palabras, corrimos hacia nosotros mismos, desandando nuestros pasos, recuperando los lazos, olvidando que los años pasados han sido solamente un insignificante instante de nuestras vidas, un simple pestañeo.
Sin pensarlo, sonreí como pocas veces se hace, ampliamente, igual que si hubiera recuperado un trozo de la tarta de felicidad que un día no supe saborear.
Sin pensarlo, nos abrazamos. Se olvidaron los momentos perdidos, recuperamos todo lo que no supimos ver. Sonreíste ampliamente, adivinando todo lo que había guardado en la parte más oscura de mis sentimientos. Sonreímos ampliamente, respirando hondo, tan solo porque habíamos compartido un único momento, el abrazo, el que nunca antes nos dimos, el que quise darte siempre, el que quise que me dieras siempre, pleno de cariño y ternura.
Nadie antes había apretado sus brazos contra mi cuerpo con esa fuerza que da el saberse querido, aunque fuera infinitamente breve en mis deseos; un segundo lleno de mil segundos cargados de un tiempo casi olvidado.
Quedaba el abrazo. Ahora queda el recuerdo de saberse querido, queda la huella, queda la esperanza, la ilusión y el vuelo del águila que planea cada día en los rincones más oscuros del alma.
El pensamiento de suma cero
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Por Antonia Díaz, @antoniadiazrod.bsky.social Confieso a los lectores que
he tenido grandes problemas para ponerle título a este post, que debería
llamarse...
Hace 15 horas
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