jueves, junio 23, 2011

DESDE UNA HABITACIÓN

Desde una habitación del hospital descubro cada día la luminosidad del amanecer. Las noches se hacen largas, casi interminables, y, unidos de la mano, descabezo el sueño a trompicones, entre pensamientos tristes y alucinaciones llenas de cansancio.
Oigo algo lejano el llanto de un recién nacido, que ahora me sabe a gloria, y que siempre creí algo odioso e insoportable. Llora un niño que ha llegado a la vida y en su llanto siento a la vida misma, a la alegría de un despertar pleno de ilusiones, un futuro repleto de esperanza, y en casa beso que recibe en sus rojizas y rechonchas manos, un infinito deseo de paz y felicidad.
Observo como cae la gota y sube la burbuja en el suero. Un movimiento mil veces repetido y constante, silencioso y que no deja de sorprenderte, de tenerte en vilo. Otra gota, otra mas… y tu, casi hipnotizado, te impregnas de deseos que nunca has realizado, de proyectos en borrador, de ilusiones y esperanzas.
No, no quiero mirar el reloj, no quiero saber qué hora es en cada minuto de una noche ácida. Solo quiero coger tu mano mientras duermes, velar por tus sueños y esperar que llegue el “Ángel de la Guarda” para tomarte la tensión o para decirte buenas noches.
Desde una habitación, a través de su ventana, veo cada día un nuevo amanecer, un cielo despejado y limpio, y descubro sensaciones nuevas que estaban adormecidas, ilusiones, sueños y esperanzas que nos dan razones para vivir con intensidad la brevedad de lo pasajero.

(diario de un auto-stopista)

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