De unos años a esta parte han ido proliferando las llamadas fiestas de barrio. No dudo que haya barrios con solera, con tradición, que desde muy antiguo se les conozca algún tipo de celebración, algún festejo religioso, como el procesionamiento de su Virgen, de su Santo parroquial preferido, e incluso algún festejo de tipo profano.
Yo aún recuerdo cómo se engalanaba una conocida calle, la Cruz Verde, y su fuente pública, la Fuente de la Santa Cruz, y las vecinas aportaban sus macetas y sus flores más vistosas para ese día. La gente del pueblo acudía a ver esa fiesta sencilla, a la que, con el tiempo, se le añadieron un puesto de churros y poco más.
También recordamos las hogueras de San Antón, que cada cual, según sus posibilidades, encendía en plena calle, junto a su puerta. Era un jolgorio chiquillero visitar hoguera tras hoguera, mientras se nos permitía fumar cigarrillos de “matalahúva”. Aparecieron ya mucho más recientemente en nuestras calles las fiestas de las cruces de mayo, de gran tradición en otras poblaciones.
Y en fin, también recordamos algunas fiestas de barrios como la de la calle Valencia o la del Barrio de San Pedro, ya más evolucionadas y complejas, con carruseles, bares portátiles y hasta el tren de la bruja.
Y así, con el paso del tiempo, cada barrio, cada calle o cada urbanización o cada plaza han ido reivindicando su fiesta, con o sin santo, previa formación de la asociación de vecinos correspondiente.
Las asociaciones de vecinos han estado amparadas y apoyadas por las formaciones políticas municipales, y no por casualidad, ni por altruismo, ni por comprobar las necesidades vecinales que deban ser atendidas. Nada de eso; se trata solamente de hacer graneros de votos, invertir en barriadas para obtener beneficio electoral. Lo malo es que la inversión en asociaciones vecinales solamente consiste en pagarles un local donde reside la sede, los recibos del agua y la luz y controlar sus actividades. En algunos de estos locales se han llegado a instalar bares sin licencia alguna, que han dado más de un disgusto a la competencia.
Lo sorprendente, a pesar de todo, es que muchas de estas asociaciones vecinales, o la mayoría, están conformadas con una absoluta minoría de vecinos que son socios y pagan su cuota. Los demás no quieren saber nada de asociaciones y aún menos del pago de cuotas.
Pero eso es lo de menos, aquí lo importante es que cada barriada, cada plaza, cada urbanización, cada calle e incluso cada colegio ha configurado su calendario de fiestas veraniegas, y ha dispuesto lo necesario para celebrarlas. Evidentemente nada es gratis, porque con las cuotas de los escasos socios no se cubre ni la cartelería; para los gastos ya está el Consistorio, es decir, las arcas públicas, es decir, nuestros bolsillos.
Aun en época de crisis, no hay miedo ni recortes presupuestarios. Donde peligre el granero de votos, no se escatima un céntimo. Así que, sumemos gastos: hay que montar y desmontar un escenario, la barra del bar, una carpa, instalar luces y pagar su consumo, alquilar equipo de música potente, cartelería, megafonía, y todos los sueldos que supone el despliegue de empleados públicos para que todo esté dispuesto, amén de la subvención que la asociación percibirá para el tinglado. Y así para cada fiesta o celebración, sumemos y serán unos cuantos millones de pesetas, por lo menos.
Y una vez puestos en faena, no sabemos bien a quién beneficia todo esto, a parte lógicamente de la cuestión electoral ya referida, porque si asomas los bigotes por alguna de estas fiestas, no hay mas de “cuatro Kikos y un Bastián”, que suelen prolongar su fiesta hasta altas horas de la madrugada, sin rubor alguno, con la música a toda potencia y molestando a los vecinos que queremos descansar.
Véase, a modo de ejemplo, la fiesta del barrio de la Plaza de Palma Burgos. Cada año tienen que montar el famoso escenario de forma itinerante, para ir molestando por etapas a los vecinos que les toque. Si te toca un año, te fastidias, al fin y al cabo te auto-consuelas pensando que solamente durará el suplicio un fin de semana, y que son las fiestas de tu barrio, que para eso te lo mereces. Te asomas al balcón y efectivamente compruebas que la asociación, a la que no perteneces ni quieres pertenecer ni tu ni casi nadie del barrio, te ha montado unos altavoces potentes para que se oiga bien que alguien está de fiesta, se supone. Alguien querrá beneficiarse de esto, tal vez algún negocio, algún bar, algún supermercado, alguna guardería… quien sabe. Pero seguro que detrás de todo esto alguien está moviendo los hilos, no os quepa duda.
Y a veces, cuando piensas en todo este rosario de festejos, en todas estas “asociaciones”, a las que no les afecta la crisis, se te ocurre formar una anti-asociación vecinal que te defienda de los que manejan los hilos, de los que no piensan en ti ni en el barrio, ni en conservar las tradiciones ni en fomentar la cultura, sino en sus propios negocios o prebendas, en sus beneficios y en lo que les han prometido que percibirán por manejar el cotarro. Una anti-asociación vecinal que nos proteja de las incomodidades de calles cortadas por escenarios itinerantes y de las tremendas molestias que supone suportar el ruido de la música o de los chistes graciosos del chistoso de turno, que vocifera a altas horas de la madrugada, ante cuatro “Kikos y un Bastián”, eso sí, con todas las bendiciones concedidas por nuestra administración.
Alguien dormirá satisfecho pensando que nos da circo, aunque no pan, y que nos hace felices a todos con cada fiesta, que disfrutaremos todos con gran ilusión y alegría.
No importa el coste, ni se escatima en gastos. Los votos es lo importante. Y mientras bebemos y reímos, se ve que a la asociación correspondiente poco le importa si sus calles están llenas de baches, si hay zonas vedes, equipamientos culturales y deportivos, si nuestro entorno es agradable para vivir, y si nuestros hijos tienen actividades adecuadas y un futuro esperanzador.
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