sábado, noviembre 29, 2008

REQUIEN POR EL MENOR DE LOS MAYORES

Se llamaba Ángel, nombre que le venía como anillo al dedo dada su trayectoria humana y bondadosa, y Mayor por cuyo apellido era conocido.
Ángel ha sido una de las personas más queridas y populares de Torreperogil por su carácter abierto y su nativa sencillez. Podemos afirmar que desde su condición de persona poco ilustrada, a él se le puede aplicar lo de "sabe más que la gente del campo". A Ángel le venía la sabiduría porque ya desde niño tuvo que agudizar el ingenio para subsistir en los tiempos difíciles que le tocaron vivir.
Sabía más que "los ratones coloraos" y el campo no tenía secretos para él. Cuando carecía de todo, todo se le venía a la mano llegando a disfrutar de los manjares más exquisitos de nuestra madre tierra. Sabía donde y cuando brotaban los primeros espárragos, los primeros "chaparrillos" o los primeros "cardillos" con lo que Beatriz, su sufrida y ejemplar esposa elaboraba un "arroz arriego" con el que su prole se chupaba los dedos. Sabia exactamente cuando estaban de coger y donde se criaban "las papas de tierra", es decir, salvajes, una de las esquisiteces digna de presidir la más exigente de las meses. No hablemos de las setas de "carocuco", que asadas con pimienta y unos granillos de sal gorda, representaba la mayor de las delicias para el más exigente de los glotones.
Ángel carecía de todo, no tenia de nada, pero fue el hombre más rico del mundo. Cuando la despensa estaba con las tablas en blanco, él, que fue un andarín de oficio, trasponía al fin del mundo y acudía con su barja colmada de gloria bendita. A ángel, le importaban un bledo cuantos productos hallaba en nuestros cultivados predios, y de las cosechas ajenas jamás hurtó nada. Él y los suyos disfrutaban de las primeras uvas de las parrizas escondidas entre las malezas de los padrones, y también de las últimas uvas que él rebuscaba cuando los vendimiadores levantaban el fruto. Los mejores "cencerrones" iban a parar a su mesa.
Cuando aquello del "arranque", iba por los melonares ya abandonados y se proveía de melones "barjeros" de los "culones" con los que Beatriz hacía un lebrillo de ensalada que no se le soltaba un galgo.
A Ángel tampoco le faltaba la carne, él sabía "los aguaeros" de los arroyuelos donde los pararillos que los había a miles, saciaban su sed. Con su sabiduría nativa colocaba unos espartos untados en liria y acudía a su casa con medio saco de avecillas. Otras veces ponía lazos en los criaderos de conejos de los sotos de Dios y atrapaba hermosas piezas que vendía junto a las perdices rojas cazadas en los largos inviernos, carburo y cencerro en mano.
Tenía trabajo siendo un gran bracero, pero con sus brazos y sus piernas de alambre se buscó el sustento, sudando más que el primero lo que él y los suyos se comían.
Cuando no tenía "ponde tirarse" pillaba las de Villadiego y en un dos por tres se plantaba en el "Rio Colorao" por las empinadas veredas del "royo Sabiote" y sobre sus anudadas espaldas subía un monumental haz de tamujos -que pinchaban como condenados-, y labraba unas escobas que le quitaban de las manos nuestras almazaras.
A este ejemplar bracero, merecedor de que su nombre se perpetúe en una calle perdida sin don ni nada, los discriminaban aquellos "encargaos" de marras, y no le visaban sino para cargarse como un burro desde uno a más de doscientos capachos de aceituna trepando por los pretiles de los trojes de las fábricas de aceites.
También se acordaban de él para entrar un carro de paja e incluso para llevar sus hombros un pesado trono semanasantero.
Ángel fue un jornalero andariego, se había recorrido todo el litoral desde Cádiz a Valencia, y aunque no pudo ir a la escuela, en su memoria prodigiosa conservaba los nombre de estaciones, carreteras, caminos y veredas. Como su pueblo no le daba trabajo, salió a buscarlo dentro y fuera de nuestras fonteras. Nos contaba, cómo en una ocasión en que caminaba agotado y hambriento, se topo con un casuchín rodeado de un pequeño huerto. Allí encontró a su Samaritano que le sirvió abundante comida que en tanto la devoraba, el pobre anciano se limpiaba disimuladamente las lágrimas que brotaban de sus hundidos ojos. Después le llenó una talega con una gran hogaza y fiambre que le permitió alcanzar "Elorca", la tierra prometida que él buscaba.
Otra vez, cuando caminando la noche lo atrapó en plena sierra, durmió en una cueva con unos maquis que le dieron de cenar. Los madroños, las moras y los endrinos fueron para él un gran recurso. Trasponía al "Aguascevas" y sobre sus hombros traía una barja grandona a reventar que vendía en la puerta de los colegios cuando los niños salían al recreo. Qué decir de los caracoles negros como puños, que por encargo, llevaba a las tabernas de la hermana Úbeda.
Cuando Ángel era ya cincuentón, tuvo la fortuna de toparse con un hacendado que le abrió los brazos y las puertas de su casa y ya jamás le faltó el trabajo, ni a él ni a los suyos. Ángel encontró lo que entonces se llamaba, y mal, un buen amo, y éste que jamás se considera tal, halló en Ángel al mas fiel de los servidores.
Medio siglo largo se han estado tratando de igual a igual, y ahora, cuando Dios ha llamado a Ángel, no para pedirle cuenta, sino para premiar su honradez y su buen hacer, estos amigos que le abrieron sus puertas de par en par, lloran su partida, añoran su ausencia y le dicen desde lo más hondo de su ser: Ángel, amigo, nos dejas muy solos pero hemos aprendido de ti muchas cosas que no aprendimos en la escuela.
Ahora, cuando Ángel en su caminar ha cogido el camino sin retorno del más allá, lo hemos visto seguro de sí mismo, pues parte en paz con todo el mundo y con la seguridad de alcazar la felicidad prometida en las bienaventuranzas. Ve con Dios, mi fiel amigo, que Él lleva ya mucho tiempo esperándote. No temas porque vas con el Padre y con la Virgen del Carmen que tu estrechaste en tus manos hasta el último momento.

GINES DE LA JARA TORRES NAVARRETE
Cronista Oficial de la Villa de Torreperogil
(artículo publicado en el Periódico "Ubeda Informacion", el 15 de noviembre de 2008)

No hay comentarios:

Publicar un comentario