A partir del año 2010 la televisión pública estatal va a dejar de insertar publicidad. Decir que va a dejar de financiarse con ella es sólo una faceta del asunto, porque realmente siempre ha financiado con impuestos los déficits que ha arrastrado pese a que en su parrilla horaria ocupara cinco horas diarias con publicidad.
Sí, porque nos han dicho que harán falta cinco horas diarias de nuevos contenidos para llenar los nichos horarios que quedarán vacantes. Suponemos que en el conjunto de las dos cadenas públicas estatales y sus centros territoriales.
En todo esto hay algo que me alarma. Mejor, que me alarma mucho. Porque la alarma normal, la que sobreviene de inmediato, es meramente económica.
Primero nos inquieta saber cuántos impuestos más habrá que pagar para suplir el aporte publicitario que ahora desaparece. O, en su vertiene de pago en la sombra, qué servicios públicos se resistirán y en qué medida si ese coste no se traslada directamente a impuestos.
Luego nos produce cierto escozor conocer cuánto más habrá que pagar o perjudicar otros servicios públicos para financiar esas nuevas cinco horas diarias de contenidos que habrá que comprar o producir directamente.
A esto podríamos añadir preocupaciones adicionales que se centrarían en saber quién producirá y con qué costes los nuevos contenidos que se externalicen; o, en el caso de producción propia, si esto va a suponer una contra-reestructuración de la plantilla, después de los planes de racionalización aplicados que, al parecer, consistieron casi exclusivamente en abundantes jubilaciones anticipadas que ahora deberán compensarse con nuevos aumentos de plantilla.
El aspecto económico y gerencial del asunto me alarma. Pero, como dije antes, no es lo que más me inquieta. Lo que creo que debe preocuparnos seriamente son los anticipos que se nos van dando como formas de cubrir el vacío en la parrilla de programación.
En principio se nos ha dicho que los telediarios, esa mezcla de publicidad y propaganda en los que resulta más difícil cazar una noticia que un garbanzo en los guisos del dómine Cabra, van a durar una hora. Acostumbrados a comer y cenar asistiendo a estos informativos --las aves ingieren piedrecitas para facilitar la predigestión en la molleja; nosotros estas cosas-- no sé si se va a resentir más la convivencia en los breves momentos de la sobremesa o si la complicación acabará siendo estrictamente gástrica. Es posible que en el futuro además de la sal y las grasas tengamos quitarnos del insano hábito de comer con el telediario.
También se nos ha explicado que se van a potenciar y profundizar programas como España Directo (¡qué son los telediarios sino locutores con botas de agua en el torbellino de la desinformación!) con una sustancial ampliación de horario y temo que de trivialidad y mal gusto. ¡Como si no tuviésemos ya de sobra en estas tierras con Andalucía Directo!
Si las fórmulas para cubrir la nueva parrilla horaria son equivalentes a las que se nos han anunciado, convendrán conmigo en que los costes económicos podrán ser preocupantes, pero que la gravedad radica en que esta forma de hacer rentables las cadenas privadas que se quedarán con todo el pastel publicitario, puede ser el principio del fin de una televisión pública. Televisión pública que no sólo será mucho más cara para el contribuyente, sino que --ojalá me equivoque-- puede acabar siendo bastante más insoportable que la actual.
Pero a lo que vamos. ¿Soportaría la Comunidad Autónoma Andaluza una televisión sin publicidad dirigida desde Sevilla? ¿Podría hacerse más intolerable que la de ahora?
Cuando abordamos un asunto con pasión seguramente ya no podemos ver claro.
La televisión pública en España, el horror de la televisión pública en Andalucía, es un asunto que no puede ser abordado fríamente por los españoles.
Sea entonces un problema español y andaluz --otro-- para ingleses.
Que no pongan publicidad no es nada malo. Que no la pongan para que se financien mejor las cadenas privadas no le pega a socialistas
ResponderEliminar