Junto al contenedor que hay poco más arriba de la Casería de San Antonio, un famélico perro -blanco y moteado casi como un dálmata- yace muerto bajo la inclemencia de otro día lluvioso y envuelto en ese gris cansado que emana de los campos en otoño.
Me atrevería a pedir a José María, a Javier, a Juan y a todos los que distribuyen correos entre sus amigos, que envíen el enlace a esta entrada. Si conseguimos que estas imágenes las vean muchas personas es posible que lleguen también a quien las ha provocado.
Es necesario que sepa que hemos visto a su perro, que murió de abandono, de hambre y de olvido.
Es necesario que sepa que lo sabemos.
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